LA MADRE DEL SOLDADO

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El soldado salvadoreño, como todos los seres humanos, posee una madre. Son mujeres sencillas, humildes, trabajadoras y generosas al entregar a sus hijos al servicio más noble que se le puede dar a la Patria.

Son mujeres que sufren desde que sus hijos son reclutados o se presentan voluntariamente a prestar su servicio militar, sin embargo, en el fondo de su corazón, se sienten orgullosas de que su hijo se hace hombre en el rigor de la vida militar.

Cada día de visita familiar, prepara, dentro de su pobreza y humildad, algunos platos y golosinas para que su hijo deleite el paladar y cambie un poco el menú del rancho militar. Aunque sean frijolitos, si están hechos con el amor de la madre, siempre saben diferente. La sazón de la casa en inimitable.

Le llevan las noticias del pueblo o de la colonia, los adelantos escolares de sus hermanos, una carta de la novia, una media libra de su queso preferido, algunos dulces y un par de dólares para que pueda comprar los cigarros.

El sacrificio y el dolor de estas madres son los elementos fundamentales en los que se asientan las bases del Ejército, porque la gran mayoría de nuestros héroes soportan el sufrimiento de la instrucción militar por amor a su Patria y por amor a sus madres, porque quieren que ellas se sientan orgullosos de ellos y que nadie las avergüence por ser madres de un desertor o de un cobarde, quieren que sean madres de un héroe, de un hombre.

¡¡¡¡Cuántas madres de soldados caídos en combate, guardan en algún lugar especial, la medalla que algún Jefe militar le entregó en memoria de su hijo, por la ofrenda de su vida en favor de los intereses patrios!!!

La sacan de vez en cuando y lloran en silencio, donde nadie las ve, porque es su dolor, un dolor de Patria, un dolor con honor, y a más de alguna se le escapa en medio de los sollozos, un “murió por la Patria”, “murió como un

hombre”, y envolviendo la presea la vuelve a guardar y seca sus lágrimas con el delantal y vuelve a sus quehaceres diarios.

Mi Coronel Monterrosa entregó muchos reclutas a sus madres por dos razones: porque era el único sostén de su madre o porque ya otros de sus hijos estaban prestando el servicio militar o habían muerto por la Patria. Sin embargo, muchas veces los mismos reclutas hablaban con su madre y les pedían quedarse, la madre era despedida por su hijo y por mi Coronel que se daba cuenta que quedaba a cargo de un héroe que quizás entregaría en un ataúd a su madre. La madre se retiraba con lágrimas en los ojos pero con el corazón lleno de orgullo. Mi Coronel más de alguna vez tuvo que secar, sin delatarse, alguna lágrima de sus ojos al presenciar tanta hidalguía y nobleza.

Cuando imponía una medalla al honor en memoria de sus soldados caídos en combate, saludaba a sus madres con un gran abrazo y beso en su mejilla, porque en el fondo sabía que él se había convertido en padre de sus soldados caídos en combate aunque no los hubiera engendrado biológicamente, pero sí militarmente porque les había sabido transmitir su coraje.

Muchos paracaidistas ofrecían su primer salto en honor a su madre, era el culmen de uno de los cursos más duros en la formación militar, no todos se gradúan, muchos desertan en las primeras de cambio. Un día antes firmábamos el seguro de vida y más de algún parachute no abría el paracaídas en algún salto libre para que su mamá saliera de la miseria.

Una vez un paracaidista se desertó, una comisión lo fue a buscar a la casa y su madre se ofreció a lavar los baños de la compañía hasta que su hijo se entregara y enfrentara como hombre su error. A los dos días llegó el recluta y por el sacrificio de su madre solo le dieron 30 días de arresto y una que otra garroteadita para que aprendiera a ser hombre, y llegó a ser un gran combatiente, todo por el valor y el carácter de su madre.

Muchas madres siguen orgullosas del servicio o del sacrificio de sus hijos. Es común encontrar en los hogares humildes del campo o de los pueblos, un rincón especial dedicado a las fotos o diplomas de los cursos de su hijo, los cuales son mostrados con orgullo.

Otras cuentan cómo sus hijos, después del servicio militar o de la desmovilización que hicieron los políticos, emigraron a los Estados Unidos en busca de la oportunidad que la Patria que defendieron les negaba, pero afirman que la dureza del camino la pudieron soportar gracias a su vida en el Ejército, en el que aprendieron a utilizar todas sus potencialidades para tomar las posiciones que sus superiores les ordenaban y a cumplir las misiones que se le encomendaban.

El pueblo salvadoreño tiene una deuda pendiente con las madres de los soldados salvadoreños, quienes combatieron junto a sus hijos a través de sus oraciones, su soledad, su sufrimiento, sus lágrimas y su dolor.

Vaya nuestro homenaje a todas ellas y la esperanza que Dios sabrá premiar con la felicidad eterna su ofrenda de amor a favor de la construcción de la Patria.

Por la Patria y con Dios

 

Sgto. Guido Miguel Castro

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