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EL ATLACATL ROMPE LAS LINEAS ENEMIGAS

Cerro Santa María, Usulután, aproximadamente 1982. Una unidad de la Primera Compañía de la Brigada de Artillería había sido desarticulada por los delincuentes terroristas. Un sargento y un cabo habían sido tomados prisioneros, el cabo llevaba consigo la carta de navegación de la operación y empezaron a ser torturados por un agente cubano para sacarles información vital para el enemigo. Ambos estaban amarrados a estacas en el suelo con alambre de púas. El sargento fue mutilado de los diez dedos de las manos y murió desangrado, cuando empezaban a torturar el cabo, los terroristas detectaron el desembarco del Batallón Atlacatl. El agente cubano le hizo un corte en el ojo izquierdo para mutilar su ojo y tomo una ametralladora HK 21 para intentar detener el avance de los comandos, logrando momentaneamente su cometido. Mientras tanto, el cabo sobreviviente logró soltarse de las amarras, no sin provocarse graves heridas en sus brazos y tomó un G-3 A2 que solo tenía un tiro en recámara y se lo disparó en la nuca al cubano, logrando solo herirlo, pero inmediatamente ubicó un M-16 A2 con el que le propinó 4 disparos con los que lo eliminó y limpió el avance de la tropa amiga. Sacó la cinta de tiros y se echó a los hombros al sargento muerto y avanzó para ponerse fuera de la linea de fuego, llegó a una quebrada y allí se desvaneció por la pérdida de sangre. Mientras tanto la unidad PRAL del Atlacatl logró penetrar las líneas enemigas eliminando a todos los terroristas sin ninguna baja mortal. Entre los primeros en llegar al campamento guerrillero estaba un soldado de mayor edad que la mayoría de comandos, vestía uniforme verde olivo, sombrero de tela de ala corta, pañuelo verde olivo anudado al cuello, fusil M-16 como el resto de la tropa, cuchillo de paracaidista en el arnés y mochila a la espalda. Su voz de mando era evidente, recibió el informe de la operación y se acercó al cabo herido, “Tranquilo cabo, ya viene el pájaro, ya lo vamos a sacar, lo felicito por su valentía”. Después se enteró que aquel Comando era el legendario Coronel Domingo Monterrosa, militar del arma de artillería, con quien se encontró posteriormente se tomó una foto con él, que ahora conserva como su mayor trofeo de guerra. Actualmente trabaja como un humilde vigilante, como la mayoría de héroes anónimos de nuestra gloriosa Fuerza Armada, pero no deja de emocionarse al contar esta experiencia.

LOS ATUENDOS DEL CHARLY MONTERROSA

EL SOMBRERO
En casi todas la fotos tomadas en campaña, el Charly Monterrosa siempre aparece con su legendario sombrero de tela verde olivo. Solo hay una con mi Coronel Ochoa en Santa Clara, Usulután, y otra en su despacho en el Batallón.
Como paracaidista y en la sede del Batallón llevaba con orgullo la boina ocre de los parachutes, y en uniforme de gala su kepis reglamentario.

Pero la figura icónica es la del sombrero, con las dos estrellas de Teniente Coronel en el frente y su apellido en la parte de atrás. Se lo quitaba solo cuando entraba en alguna iglesia durante los operativos, caso contrario, siempre lo llevaba puesto. A veces colocaba ramas con hojas para favorecer su camuflaje en medio del avance durante los operativos y más de alguna vez guardó en su interior la cajetilla de cigarrillos.

Nadie se parece a él con ese sombrero, en él es único, es icónico, era su sello de personalidad.

EL PAÑUELO
Alrededor de su cuello anudaba un pañuelo triangular, sin enrrollarlo. lo protegía del sol inclemente, secaba su sudor y muchas veces sirvió para hacer un torniquete o sujetar una compresa en la herida de bala de algún soldado.
Le servía de toalla de cara y manos en campamento, de servilleta después de sus rápidas comidas de campaña, pero sobre todo, junto a su sombrero era el complemento perfecto de su identidad militar en campaña, algo así como la boina del General Montgomery o la gorra y el uniforme kaki del General McArthur.

Complementaba su equipo como el de todo soldado: arnés con porta cargadores llenos, cuchillo de superviviencia que conservaba desde su experiencia como paracaidistas en Estados Unidos, botas jungla de cubierta verde olivo, uniforme camuflajeado o verde olivo, igual que la tropa, fusil M-16 largo, igual que la tropa,con un ligero camuflaje pintado, siempre bien limpio y aceitado, y su inseparable pistola Browning 9 mm que en más de una ocasión le salvó la vida en atentados personales.

En fin, un verdadero soldado de fuerzas especiales, no era un maniquí como algunos oficiales que se paseaban con uniformes de telas finas y fusiles capturados como el AK 47.

Domingo Monterrosa siempre vivió con lo necesario, con lo esencial como quien va de paso, en el fondo sabía que era un viajero estelar cuyo destino era el cielo, a donde partió a recibir a todos los héroes caídos de la gloriosa Fuerza Armada y a ponerse a las órdenes del Creador.

Por la Patria y con Dios

Sgto. Guido Miguel Castro

¡MONTERROSA VIVE!

Por Guido Miguel Castro

Este 23 de octubre conmemoramos el 26º aniversario de la heroica muerte del Teniente Coronel de Artillería DEM Domingo Monterrosa Barrios, en el marco del Operativo Torola IV, junto al coronel Calito y el Mayor Azmita, siendo Comandante de la Tercera Brigada de Infantería y Jefe de la Tercera Zona Militar, con el antecedente de haber sido el primer Comandante y fundador del Batallón Atlacatl y del Batallón de Paracaidistas.

Nacido de humilde familia en Berlín, cursó estudios de secundaria en el Instituto Nacional Francisco Menéndez y en el Liceo Salvadoreño. Entre la vocación sacerdotal y la carrera militar escogió la segunda, graduándose con honores en 1963, obteniendo la primera antigüedad y ganando el premio “Bernardo Hogigins” que concedía la misión chilena al mejor cadete de cada promoción.

Comandó la Quinta Compañía de Expedicionarios de la Guardia nacional en la Guerra de la Dignidad Nacional contra Honduras, caracterizándose por su honradez y rectitud en el cumplimiento del deber, evitando siempre abusar de su posición de ejército vencedor.

Siempre se caracterizó por una condición física superior al promedio y con una osadía que le permitió ser el mejor Comandante de Campo durante la Guerra contrainsurgente. Mientras fue Comandante del Batallón de Paracaidistas trotaba junto a su perro “Huragan” un Pastor Alemán albino, y todo el Batallón desde su sede en Ilopango hasta el Hotel El Salvador en la Colonia Escalón.

Nunca mantuvo distancia con la tropa, más bien se hacía uno más de ello, eso imprimía respeto, valentía y espíritu de equipo. Era de los Comandantes que marchaban al frente de batalla en primera línea, no

era de los que dirigían las batallas desde el cuartel o desde una posición dominante y segura.

Sus manos siempre estuvieron llenas de sangre, sí, de sangre de heroicos soldados que morían en sus brazos, como en los de un verdadero padre.

Al relacionarse con la población civil imprimía confianza en momentos de desesperanza, llevaba alivio a las zonas desbastadas por la guerra, cuando pedía comida para su cuerpo de oficiales y para la tropa siempre la pagaba, mucha gente no quería aceptarlo, pero él insistía. Sin embargo, era de los pocos jefes y oficiales que entregaba los remanentes de dinero de los operativos, a la gran mayoría nunca les alcanzaba lo que les daban.

Cuando su tropa cruzaba el Torola sostenidos de un cable, él lo hacía varias veces, ya que cargaba sobre sus hombros a los soldados de más baja estatura para que la fuerte corriente nos los arrastrara con las 60 libras de equipo que cargaban.

Bromeaba siempre con la muerte, siempre le jugaba la vuelta, era necesario un plan traidor para poder eliminarlo.

Para muchos era una molestia ya que llevaba la guerra demasiado rápido hacia una salida militar. Esto no era bueno ni para los comerciantes de la muerte ni para los políticos de la guerra popular prolongada o los conflictos de baja intensidad, era un estorbo para todos ellos.

Joaquín Villalobos, su más acérrimo enemigo, siempre se ha adjudicado la autoría material e intelectual del asesinato y actualmente sus descendientes exhiben como un trofeo de guerra los restos del helicóptero en el que murió en el llamado “Museo de la Revolución” sin que nadie lo reclame, pero la verdad es que ese cuentecito de la

“Radio Venceremos” solo lo puede creer un ingenuo que crea que Domingo Monterrosa era uno de ellos.

La autopsia del cuerpo del Héroe de Joateca revela una explosión en la parte superior de la nave aérea en la que se transportaba…la historia juzgará en su momento. ¡Monterrosa Vive!