LA HONRADEZ, VIRTUD CAPITAL DE MI CHARLY MONTERROSA
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Las virtudes se forman en el hombre junto al carácter, desde la más tierna infancia. Muchas veces un consejo dado oportunamente, marca toda la vida de la persona.
El Coronel Monterrosa se caracterizó siempre por la honradez, además de muchas otras virtudes.
Al escudriñar en su infancia, es evidente que la educación recibida de sus padres se caracterizó por la práctica de las virtudes más elementales, entre ellas la honradez. Su origen humilde no impidió desarrollarla, cuando muchos ven en la necesidad una justificación para robar o tomar fraudulentamente lo que no les corresponde, ya no se diga en el sector público donde funcionarios y burócratas se las ingenian para esquilmar las arcas estatales.
Luego la educación recibida por insignes maestros del antiguo Instituto General Francisco Menéndez y los Hermanos Maristas del Liceo Salvadoreño, cimentaron aun más este valor de la honradez.
Su cercanía con la Iglesia, al punto de haber pensado con ser sacerdote y ocupar parte de su tiempo en impartir la doctrina para la primera comunión de los niños pobres de la Tutunichapa, debió haber amalgamado definitivamente su carácter, lo que lo llevaría definitivamente a optar por la noble carrera de las armas.
Su expediente inmaculado en la Escuela Militar, el reconocimiento de la Misión Chilena que le confirió el Premio Bernardo O´Gigins como primera antiguedad de su Promoción, refleja que esa diáfana virtud le acompañó siempre, aún en ese ambiente en el que es aceptado el abuso del Cadete de Cuarto Año con los reclutas o cadetes de años inferiores. Monterrosa era distinto.
En la Guerra de las Cien Horas, la tropa bajo su mando en la Quinta Compañía de Expedicionarios de la Guardia Nacional se caracterizó por no traer ningún botín de guerra ni haber abusado de ningún ciudadanos hondureño: fue únicamente a cumplir con su deber.
En la Fuerza Aérea, en el Batallón Aerotransportado nunca el rancho fue tan completo como bajo su mando, en la Policía Nacional nadie puede decir que le dió una mordida para que le quitara una multa, es más, su motorista, apodado “El Chele”, tuvo que guardar arresto luego que le “aconsejara” a un transportista que le ofreciera una “mordida” a mi Charly. El busero pagó la multa y el Chele pasó treinta días de arresto.
En el Batallón Atlacatl y en la Tercera Brigada siempre le sobraba dinero de los operativos y pagaba toda la comida que encargaba, de ello me dió testimonio la señora Eugenia Martínez en San Antonio, al Norte de San Miguel: “El Coronel me encargaba tortiarle a toda la tropa y le cocíamos frijos y huevitos indios. Él ponía una hamaca en el corredor y se dormía un buen rato, porque me decían los soldados que nunca dormía cuando andaban en el monte. Y al final me pagaba hasta el último cinco, aunque nosotros no le queríamos cobrar porque sabíamos que andaba sufriendo para que nosotros estuvieramos alentados. A escondidas le mandaba con el ayudante una gallina asada y al regreso me la mandaba a pagar…”
Cuando fue a inspeccionar el local que ocuparía el Batallón Atlacatl junto al Coronel Natividad de Jesús Cáceres, encontraron todavía restos del mobiliario y materiales de la antigua Escuela Normal de Maestros, lo acompañaban sus hijos. Uno de ellos encontró una sacapunta, lo que no pasó desapercibido por mi Coronel, ordenándole dej’árla donde la había encontrado, a lo que el Coronel Cáceres le dijo que no había problema, que dejara al niño que se la llevara, a lo que el Charly le respondió que no….
Esa honradez le llevó siempre al cumplimiento del deber, y rechazó siempre a los que pretendían hacer de la guerra un negocio lucrativo…
Murió creyendo en su ideal y cumpliendo su juramento a la bandera.
Juró cumplir y cumplió
Por la Patria y con Dios
Sgto. Guido Miguel Castro