LA VISIÓN DE LA GUERRA DE MONTERROSA
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Domingo Monterrosa no entendía la guerra como lo hacían los políticos o los mercaderes de la guerra.
Él era un profesional de las armas, había aprendido a cumplir su deber con honor, y su deber consistía en resguardar la soberanía nacional y la integridad del territorio nacional.
Monterrosa sabía que la guerra tenía un trasfondo político: la visión comunista de los terroristas del FMLN que pretendían, según la teoría marxista, tomar el poder por las armas, no por la voluntad popular, al costo que sea. Recordemos que él siguió el Curso de Guerra Política en Taiwan, y conocía a perfección los detalles de la conspiración comunista internacional.
Sabía también que los políticos salvadoreños trataban de instaurar un sistema democrático y constitucional de derecho, pero nunca le interesó la política partidaria, a pesar de ser compañero de promoción en la Escuela Militar con el Mayor Roberto Daubuisson, fundador del Partido ARENA, a quien le salvó la vida el 7 de mayo de 1981 cuando iba a ser fusilado junto a un numeroso grupo de los fundadores de ese partido por orden del Coronel Majano, con el pretexto de que estaban organizando un golpe de estado contra la Junta Revolucionaria de Gobierno, pero también a quien no quiso recibir en la Tercera Brigada de Infantería cuando el Mayor andaba en la campaña presidencial de 1984, ya que su lucha no era política sino militar.
El Coronel Monterrosa no entendía la guerra como una fuente de enriquecimiento, siempre vivió pobremente y murió pobremente, como mueren los héroes. Nunca se prevaleció de su cargo creando plazas fantasmas, ni cobrando seguros de soldados que nunca murieron porque nunca existieron, ni apropiándose del dinero del rancho de los soldados, ni recibiendo sobornos en la Policía Nacional, ni creando gastos ficticios en los operativos, ni vendiendo armas, ni negociando con la guerrilla.
Por eso la guerrilla lo odiaba, porque cumplía a cabalidad su misión como militar y como comandante de unidad, nunca se prestó a ninguna movida, aunque muchas veces las descubrió o fue víctima de ellas, como cuando arrebató armas a la guerrilla en oriente que ya habían sido capturadas anteriormente en un operativo en Chalatenango ¿Cómo salieron de los almacenes de la Fuerza Armada? o cuando durante un operativo en Morazán los cartuchos de 5.56 mm de los M-16 no percutaban, y descubrió que era munición vencida que había sido maquillada para hacerla pasar por munición nueva.
Monterrosa era incapaz de poner en riesgo la vida de un tan solo recluta a cambio del cochino dinero. Ese sobrepeso nunca lo anduvo en su mochila ni en su conciencia.
Él cumplía su deber como soldado y presentaba resultados a través de las victorias en sus operaciones, y cuando sufría un revés, corregía y avanzaba, nunca se rindió.
Tenía grandes diferencias entre la visión de la guerra del Alto Mando y sus planes de victoria militar. Días antes de morir le solicitó al Estado Mayor más recursos para la Operación Torola IV, asegurando una limpieza total del norte de Morazán, pero se los negaron, claro, su estrategia junto al Pentágono era la llamada Guerra de Baja Intensidad que buscaba desgastar en el tiempo al enemigo y no una victoria definitiva, arrasadora y total como la que pretendía el Coronel Monterrosa.
Definitivamente Monterrosa no era político, y quizás esta no era su guerra, porque era una guerra sucia que no podía ser peleada con honor. Quizás ni siquiera era la época de Monterrosa, porque ya no se lucha con honor. Probablemente Monterrosa era un espíritu guerrero de las guerras de la antiguedad donde la guerra era guerra, donde la lucha era frontal, cuerpo a cuerpo, no en las mesas de transe como muchos lo hicieron a costa de la vida de miles de salvadoreños.
Pero Monterrosa goza ya de la Gloria de la Eternidad, ya ha recibido los verdaderos laureles del honor de manos del Gran Comandante. Pero su ejemplo queda a los militares de ayer, de ahora y de mañana como un modelo a seguir si se quiere vivir, y sobre todo, morir con honor.
Por la Patria y con Dios
Sgto. Guido Miguel Castro
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LA HONRADEZ, VIRTUD CAPITAL DE MI CHARLY MONTERROSA
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Las virtudes se forman en el hombre junto al carácter, desde la más tierna infancia. Muchas veces un consejo dado oportunamente, marca toda la vida de la persona.
El Coronel Monterrosa se caracterizó siempre por la honradez, además de muchas otras virtudes.
Al escudriñar en su infancia, es evidente que la educación recibida de sus padres se caracterizó por la práctica de las virtudes más elementales, entre ellas la honradez. Su origen humilde no impidió desarrollarla, cuando muchos ven en la necesidad una justificación para robar o tomar fraudulentamente lo que no les corresponde, ya no se diga en el sector público donde funcionarios y burócratas se las ingenian para esquilmar las arcas estatales.
Luego la educación recibida por insignes maestros del antiguo Instituto General Francisco Menéndez y los Hermanos Maristas del Liceo Salvadoreño, cimentaron aun más este valor de la honradez.
Su cercanía con la Iglesia, al punto de haber pensado con ser sacerdote y ocupar parte de su tiempo en impartir la doctrina para la primera comunión de los niños pobres de la Tutunichapa, debió haber amalgamado definitivamente su carácter, lo que lo llevaría definitivamente a optar por la noble carrera de las armas.
Su expediente inmaculado en la Escuela Militar, el reconocimiento de la Misión Chilena que le confirió el Premio Bernardo O´Gigins como primera antiguedad de su Promoción, refleja que esa diáfana virtud le acompañó siempre, aún en ese ambiente en el que es aceptado el abuso del Cadete de Cuarto Año con los reclutas o cadetes de años inferiores. Monterrosa era distinto.
En la Guerra de las Cien Horas, la tropa bajo su mando en la Quinta Compañía de Expedicionarios de la Guardia Nacional se caracterizó por no traer ningún botín de guerra ni haber abusado de ningún ciudadanos hondureño: fue únicamente a cumplir con su deber.
En la Fuerza Aérea, en el Batallón Aerotransportado nunca el rancho fue tan completo como bajo su mando, en la Policía Nacional nadie puede decir que le dió una mordida para que le quitara una multa, es más, su motorista, apodado “El Chele”, tuvo que guardar arresto luego que le “aconsejara” a un transportista que le ofreciera una “mordida” a mi Charly. El busero pagó la multa y el Chele pasó treinta días de arresto.
En el Batallón Atlacatl y en la Tercera Brigada siempre le sobraba dinero de los operativos y pagaba toda la comida que encargaba, de ello me dió testimonio la señora Eugenia Martínez en San Antonio, al Norte de San Miguel: “El Coronel me encargaba tortiarle a toda la tropa y le cocíamos frijos y huevitos indios. Él ponía una hamaca en el corredor y se dormía un buen rato, porque me decían los soldados que nunca dormía cuando andaban en el monte. Y al final me pagaba hasta el último cinco, aunque nosotros no le queríamos cobrar porque sabíamos que andaba sufriendo para que nosotros estuvieramos alentados. A escondidas le mandaba con el ayudante una gallina asada y al regreso me la mandaba a pagar…”
Cuando fue a inspeccionar el local que ocuparía el Batallón Atlacatl junto al Coronel Natividad de Jesús Cáceres, encontraron todavía restos del mobiliario y materiales de la antigua Escuela Normal de Maestros, lo acompañaban sus hijos. Uno de ellos encontró una sacapunta, lo que no pasó desapercibido por mi Coronel, ordenándole dej’árla donde la había encontrado, a lo que el Coronel Cáceres le dijo que no había problema, que dejara al niño que se la llevara, a lo que el Charly le respondió que no….
Esa honradez le llevó siempre al cumplimiento del deber, y rechazó siempre a los que pretendían hacer de la guerra un negocio lucrativo…
Murió creyendo en su ideal y cumpliendo su juramento a la bandera.
Juró cumplir y cumplió
Por la Patria y con Dios
Sgto. Guido Miguel Castro
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