MENSAJE DEL CORONEL MONTERROSA BARRIOS A LOS VETERANOS DE GUERRA DE LA FUERZA ARMADA
Soldados veteranos, tras ustedes se encuentran las tumbas de nuestros camaradas que ya se han reagrupado a mi alrededor aquí en el cielo, y ese sacrificio no puede quedar en vano.
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Queridos Veteranos de Guerra:
En esta primera celebración del Día del Veterano de la Fuerza Armada, deseo enviarles mis saludos desde la eternidad, en la que nunca he dejado de ser soldado del glorioso Ejército Salvadoreño.
Haber logrado el reconocimiento legislativo de este día, que recuerda el esfuerzo, el sudor, las lágrimas, la sangre y el dolor que todos nosotros ofrecimos en el altar de la Patria en favor de nuestro pueblo y de la liberación de la opresión de la amenaza comunista que se cernía sobre nuestra Patria, es un primer paso en la lucha por la dignificación de todos nuestros compañeros de armas.
Nadie como los soldados de la Fuerza Armada ha dado una cuota de sacrificio en la construcción de la República. Durante la guerra, la esperanza de nuestro pueblo se mantenía en alto porque sabían que los soldados de la Fuerza Armada eran capaces de entregar hasta la propia vida por asegurar la libertad y el progreso de los verdaderos salvadoreños.
Solo nosotros sabemos lo que es el fragor del combate, lo que significa el miedo que es superado por el coraje y la preparación técnica con el que instruíamos a todas nuestras unidades.
Ni el hambre, ni el sueño, ni el cansancio, ni la soledad, ni la muerte, ni el dolor fueron capaces de hacernos retroceder en el cumplimiento de la misión que nos fue conferida el día de nuestro juramento ante la Bandera nacional.
Nuestros hombres pusieron la mayor cuota de sangre y dolor entre los 75,000 muertos del pasado conflicto, sin contar todos los miembros de la institución armada que fueron asesinados cobardemente por los terroristas desde el año de 1972.
Desde la Guerra por la Dignidad Nacional aprendimos que la vida militar se vivía con honor, se luchaba con honor y se moría con honor. Nunca rehuimos el combate en defensa de la institucionalidad nacional y la salvaguarda de nuestros compatriotas.
Fuimos víctimas de miles de mentiras del comunismo internacional, nos vilipendiaron, nos difamaron, nos apresaron a muchos compañeros por haber cumplido con el deber, y al final del conflicto, unos cuantos políticos brindaron en los festejos privados mientras los veteranos fueron humillados y despedidos como obreros inservibles, sin haber tenido ni siquiera la alegría de un homenaje nacional o el resarcimiento económico que cualquier trabajador recibe cuando concluye sus servicios.
Los representantes del pueblo los desmovilizaron con vergüenza, sin el honor que se merece un héroe de la Patria. Nos empezaron a tratar de asesinos, de genocidas, de torturadores, de violadores de los derechos humanos y nadie reconoció el valor y el heroísmo de nuestras tropas.
Yo doy fe del valor y del heroísmo con el que mis soldados lucharon a mi lado en el Batallón Atlacatl y en la Tercera Brigada de Infantería, así como otros tantos que operaron junto a mis unidades o nos apoyaron en los distintos operaciones o incursiones en las madrigueras enemigas, muchos de ellos, ofrendando su vida hasta el límite del dolor por la libertad y la soberanía nacional.
Junto a ellos combatí, caminé, maniobré, salté, retrocedimos y siempre avanzamos, fuimos heridos, sufrimos el hambre, el fragor del combate, la traición, la incomprensión y el amor de nuestro pueblo cuando lográbamos arrebatar a los terroristas los distintos pueblos en las zonas de combate.
Para nosotros, portar el uniforme del ejército era un privilegio y un orgullo, mancharlo de lodo o de sangre nos era indiferente porque solo pensábamos en cumplir nuestro deber.
En muchas batallas amanecíamos y anochecíamos sin probar alimento y a veces ni siquiera agua, pero nunca abandonamos las posiciones ni renunciábamos a los objetivos estratégicos que nos imponíamos.
No existía ninguna situación que no pudiéramos superar, o misión que no pudiéramos alcanzar, con o sin apoyo aéreo o de artillería, nuestra capacidad de maniobra y de fuego puso siempre en desbandada a los terroristas.
¡¡¡Soldados salvadoreños!!! Ustedes nunca dejarán de ser soldados de la Patria, y por ello siempre tienen entre sus manos y corazones la misión de salvar a la Patria cuando fuerzas extrañas pretendan mancillar la soberanía nacional, nuestras tradiciones, nuestros valores y nuestra historia. Nuestra lucha no ha terminado, hasta el último aliento de vida tienen que luchar por nuestros ideales que son los ideales de la Patria.
Tras ustedes se encuentran las tumbas de nuestros camaradas que ya se han reagrupado a mi alrededor aquí en el cielo, y ese sacrificio no puede quedar en vano. Por su memoria y por esa sangre que bañó toda nuestra Patria, tenemos que levantar nuestra voz para alcanzar los derechos que la sociedad está en deberle a cada uno de ustedes y para recordarle a los políticos que la Patria en libertad que les heredamos no es propiedad de nadie y que ningún intento de manipular el régimen constitucional quedará sin castigo, que aunque los años han pasado todavía poseemos el valor de dar la vida por la Patria.
Soldados, desde la tierra prometida seguiré observando y apoyando sus luchas, que son las luchas de los verdaderos patriotas, de los hombres que aman de verdad a su Patria, no de los mercenarios que son capaces de vender hasta a su madre por intereses externos y contrarios a nuestra democracia.
Adelante soldados, la lucha será larga y ardua, pero al final recibirán la corona de la gloria y el honor.
¡¡¡Por la Patria y con Dios!!!
(Sgto. Guido Miguel Castro)